En las entrañas del Río Meléndez
- Sofía Triviño Mejía
- 6 abr 2015
- 6 Min. de lectura

La primera idea que se me pasó por la mente fue que con esa lluvia, el profesor iba a cancelar la salida que teníamos prevista para ir a conocer la cuenca del río. Era domingo y con el aguacero se acabaron los deseos de hacer el trabajo de campo.
"Hace 50 años, la gente disfrutaba del río", así escuché a varias personas que se encontraban escampándose a la entrada del Súper Ínter ubicado en el barrio Meléndez. Me encontré con Andrea, una de mis compañeras de clase. Esperamos un poco y no escampó. Nos dirigimos hacia la iglesia con una sombrilla que nos cubría la parte superior del cuerpo, pero era tanta la lluvia que en la parte inferior estábamos completamente mojadas por los charcos que había en las calles y andenes de aquel barrio del sur de Cali.
Finalmente vimos la iglesia y decidimos quedarnos a esperar al frente en Súper Ínter ya que había más espacio para permanecer ahí. Cuando llegamos una señora robusta, aproximadamente de 1,65 de estatura dice: ‘’Esas tienen cara de ir con nosotros al río’’. Dirigimos la mirada hacia ella, quien le hablaba a un hombre alto, de pelo negro y piel canela, que nos miró y se presentó: ‘’Mucho gusto, soy Franco Villamarín y nosotros somos parte de la ida al río Meléndez’’. Nos sentimos un poco más tranquilas al saber que estábamos rodeadas de gente segura.
Pocos minutos después direccionamos nuestra mirada hacia la iglesia y nuestro profesor de Escritura Periodística nos hizo señas. Cruzó la calle y nos dio la noticia de que la clase se había cancelado a último momento. Mi sensación al escuchar eso fue de decepción, puesto que madrugar un domingo no es de mi agrado y menos viviendo en el norte de Cali.
Sólo estábamos allí tres estudiantes, el profesor y su esposa. A pesar de la lluvia, varias personas fueron llegando hasta donde nos encontrábamos conversando con el profesor de física de la Universidad del Valle, Álvaro Ramírez. Él nos explicaba la importancia de recuperar el río antes de que fuera demasiado tarde.
Minutos después nos dirigimos hacia uno de los buses que nos llevaría al río Meléndez. Estos estaban con cupo completo, pero afortunadamente habían puestos para nosotros. Mientras esperábamos, hablaron algunos acompañantes sobre la situación actual del río para concientizarnos un poco. El bus arrancó, mi compañera y yo no veíamos la hora de llegar; fue una subida interminable, con lomas de carretera angosta, por lo que parecía que íbamos hacia el abismo cada vez que el bus daba una curva. Cuando creímos que estábamos llegando al destino, siguió, dejándonos con expectativas más altas a medida que pasaba el tiempo. Fue una subida eterna

Finalmente, nos encontrábamos en el lugar donde el bus nos dejó para continuar a pie. Inmediatamente nos levantamos de los asientos y vimos que nuestros pantalones se encontraban mojados, miramos las sillas y estas estaban empapadas. La caminata fue relativamente corta. Entramos a un sendero en el que el mundo parecía ser otro. La humedad se podía sentir a través del aire, los árboles y las plantas frescas, se podía respirar otro ambiente. La tranquilidad que transmitía aquel lugar era inigualable, el agua se oía correr a raudales. Cruzamos a través de un puente corto con tablas débiles. Cuando ascendíamos hacia el lugar de destino, empezó la pesadilla otra vez. Aquella llovizna fue tornándose cada vez más ruidosa y fuerte.
Mi primera reacción fue la de sacar nuevamente la sombrilla de mi maletín y ponerme el saco. Al principio, la gente buscaba un lugar para escamparse del agua, luego se resignaron y dejaron la lluvia correr por sus cuerpos como si fuera magia. Llegamos a un pedazo del río y se decidió no subir más, puesto que la lluvia, sobre las rocas y la tierra, comenzaba a volver el suelo resbaladizo. Nos acomodamos ahí en ese pequeño lugar mientras observamos cómo la gente que nos acompañaba disfrutaba del río y del agua que caía del cielo. Fue increíble ver la felicidad de quienes bañaron en aquel río, que años atrás era otro; uno con más vida, mucho más grande y lleno de fuerza.
Mientras algunas personas bañaban y jugaban, los acompañantes de la caminata iban hablando y relatando cómo años atrás el estado del río Meléndez era otro: más jovial, ancho, profundo, el agua en más cantidad y más limpia. Contaron sus historias de hace 50 años, cuando eran jóvenes, evocando momentos con nostalgia y decepción, contrastando aquella época con la actualidad del río, con sus problemas ambientales y políticos. Hablaron los líderes que nos acompañaron, entre ellos gente de la comuna 18 indignada por aquella situación, el profesor de física Álvaro Ramírez, Franco Villamarín y un muchacho joven, de contextura delgada y piel trigueña que hace parte del proyecto el corredor verde, que manifestó: ''Hace muchos años, me acuerdo que eran los kioscos del aguacate. Yo estaba muy pequeño pero mi papá venía hasta por acá, y por acá medio aprendieron a nadar mis hermanos porque a mí no me tocó eso. Entonces la misión de todos nosotros es ahora recuperar esto como espacio turístico''.
En sus caras se podía notar la preocupación y la franqueza con la que hablaban en cuanto al sinnúmero de invitaciones que nos realizaron para que hiciéramos parte de este sindicato. Nos contaron, también, cómo habían pequeños grupos de apoyo hacia el río y que lo ideal sería que formáramos un grupo grande, ya que la dispersión para este tipo de peticiones no es favorable en ningún caso. Después de escuchar a todos los que hablaron, repartieron merienda y planeamos lo que haríamos para la clase mis compañeros, el profesor y yo.
A la hora de partir empezó a escampar, subimos de nuevo para dirigirnos a la salida de aquel sendero angosto por el que descendimos, pero esta vez el ambiente era todo lo opuesto al inicial; el clima aún era húmedo pero se podían notar unos brillos en el paisaje, esos que reflejan los rayos de sol que pasan a través de los árboles y plantas, esos que evocan un ambiente de calidez y, a la vez, frescura con la combinación de los destellos que descendían a través del espacio entre el cielo y la tierra, ese viento que revoloteaba en mis oídos, como campanas en tropel. Fue algo inefable lo que sentí en mi cuerpo cuando subíamos por aquel sendero, que lo que transmitía era magia pura.

El camino hacia el bus fue corto, llegamos con la esperanza de que había acabado todo y que por fin iríamos rumbo a casa. Sin embargo, las personas no fueron en vano. La mayoría de la gente fue a bañar en el río y por el inconveniente de la lluvia solo pocos lo lograron hacer. Así que nos dieron el anuncio de que nos quedaríamos una hora más esperando a que las personas se bañaran y almorzaran. Tuve la fortuna de hablar con Franco Villamarín antes de irme, el mismo hombre que había visto de primero en el Súper Ínter de Meléndez. Franco, quien no le había parado bolas al asunto, es uno de los que conforma esta junta hace cinco años: ''Me llevó a hacer parte de esto gracias a la preocupación de que iban a privatizar el río, desde que vi que estaban vendiendo los filtros para purificar el agua, que nos estaban cobrando el agua del río en botella''. En esa plática me di cuenta que los líderes ambientales quieren que haya respeto hacia el río, tanto por parte de los habitantes cercanos como del gobierno. También mencionó la necesidad de que las empresas no privaticen el río, y que las personas desplazadas sean reubicadas fuera del perímetro de los 30 metros, que ordenó el juzgado segundo administrativo de Cali en un fallo, para preservar el derecho al goce del medio ambiente.
Aquella salida quedó en mi memoria, esos deseos que tenía ese mismo día en la madrugada eran totalmente contrarios a los que terminaron en mi cabeza. Era una Sofía más sensible, con respecto a la problemática que el río tiene con la falta de cumplimiento de normas y la cantidad de daño que nosotros le hacemos al medio ambiente. Arrasamos con todo lo que tenemos a nuestro alcance y sólo nos damos cuenta de ello cuando lo que queda está en condiciones deplorables.
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